Mauricio Kartun, el dramaturgo injubilable: "Es en épocas de crisis cuando más necesitamos la cultura"

06.02.2024

Si hay algo que define a Mauricio Kartun es su "energía joven". El reconocido dramaturgo y director teatral (San Martín, 1946) se mantiene en plena actividad con dos obras en cartel: Salvajadas y la adaptación de El zoo de cristal. Los preparativos para el próximo reestreno de la Vis Cómica y el "éxito inesperado" de su primera novela publicada. El autor de Salo Solo. El patrullero del amor (Penguin Libros) nos recibe en su jardín de Cariló en pleno febrero 2024 para conversar sobre la juventud de las ideas, el rechazo a la vejez, las ventajas de la experiencia y, muy especialmente, del poder de las historias y de la cultura para resistir en tiempos aciagos.

Conversaciones con el dramaturgo en su jardín

La inteligencia narrativa de Mauricio Kartun convierte una simple charla en un diálogo donde no sobra ni una palabra. Por el contrario, sus reflexiones invitan al necesario ejercicio de pensar sobre muchos temas trascendentales para el ser humano. Desde Historias Mayores, siempre con nuestro eje en la nueva vejez y las formas de atravesarla, valoramos y agradecemos la entrevista concedida por el maestro y referente cultural que tan amablemente nos abre las puertas de su casa, de su familia y de su jardín. Compartirla es un honor.

— ¿En qué proyectos está trabajando actualmente Mauricio Kartun?

— Ahora estoy escribiendo un texto nuevo. Justamente a raíz de la novela empecé a descubrir la posibilidad de encontrar algún texto que fuese capaz de unir una escritura más parecida a la narrativa, pero que pudiese ser llevada al teatro. Un bicho raro. En principio aparece como algo monstruoso, pero justamente por eso me interesa, porque me saca de lo que vengo haciendo. Me obliga a pensar al teatro de una manera diferente. Me da la posibilidad de aceptar la hipótesis de que si no va para teatro lo publicaré como un relato, como una novela. Bueno, estoy entusiasmado con eso. 

— ¿Cómo fue la experiencia de tu primera novela publicada?

— Mirá, yo empecé a los veintipico de años y escribía narrativa. Cuando empecé a escribir teatro y dejé de escribir narrativa, nunca más. Después, ocasionalmente a partir de yo te diría hace diez años, con las redes sociales, que empezó a aparecer como una especie de soporte raro. ¿Viste? Las redes son raras. Vos podés publicar un relato, los leen tus contactos. Empecé a pensar que era un lugar subestimado como soporte literario, al que no se le daba bola y que en realidad era interesante. Y empecé a hacer pequeñas pruebas. En general eran cuentos cortos, pequeños relatos surgidos siempre de una frustración que es: me aparece un mundo de imágenes y empiezo a pensar en una obra de teatro. Intento, intento y de pronto me doy cuenta: no da para teatro. Por ahí pienso, che, pero por ahí da para relato, pero yo no escribo relato. ¿Qué carajo hago con eso? De esa frustración empezaron a devenir medio naturalmente, relatos que no eran otra cosa que: cosas que, como no las podía escribir en teatro, las escribía de esa manera, las publicaba en redes sociales.

En pandemia, por imperio de las circunstancias, yo no podía hacer teatro, no tenía ningún sentido ponerme a escribir teatro si ni sabía cuándo iba a ponerme a a ensayar de nuevo. Caminando por acá por Cariló, pasé la pandemia aquí un año y dos meses, caminando por acá empezaron a aparecer historias cómicas, humorísticas, que me recordaban algunas cosas que me fueron contando mis amigos separados, viudos: la búsqueda del amor después de los 60. Y jodiendo un poco con esto, buscando lo cómico, buscando el humor, empezó a aparecer este personaje, Salo y sus historias.

Al principio pensé que iban a ser dos, tres. La gente estaba en la casa al pedo, no sabía qué hacer. Y entonces, por supuesto, lo que nunca hacía, que es leer en una pantalla un cuento completo, empezaron a pedir más. Empezaron a demandar. Y me impuse, porque eso también me ordenó esos días horrorosos de no saber qué hacer. Me ordenó pensar: todos los viernes publico uno, y me enchufé. Dije: son 2, 3, 5. ¿Cuántos van a ser? Bueno, llegué a 15. Cuando llegué a 15 planté y cuando miré para atrás me di cuenta que en realidad, sin querer, sin haberlo pensado, había escrito una novela. Una novela en un formato muy antiguo que es el formato: Las aventuras de… es el formato del Quijote. Es un formato muy básico, muy sencillo, porque todo empieza y termina en cada capítulo, hay una continuidad. Se parece mucho al formato de las series hoy, que de alguna manera hereda lo mismo. Las aventuras de… terminó siendo Salo solo, el patrullero del amor que son las aventuras de este señor que en su viudez y su depresión sale a buscar el amor. 

— Contanos tu secreto, ¿un dramaturgo no se jubila nunca?

—  (Risas) No. De todos modos hay que pensar una cosa: si alguien me pregunta, me dice cuando tengo que entrar a un país y me hacen llenar la ficha y me dicen ocupación, yo pongo dramaturgo. Pero si tuviese que ser fiel a la realidad de buena parte de mi vida, tendría que haber puesto docente. Yo la vida, la guita me la he ganado dando clases. Como buena parte de los de mi profesión. Porque en esta profesión, en la dramaturgia, es muy difícil vivir de los derechos de autor si hacés exclusivamente teatro y muchísimo más si, como en mi caso, hacés teatro en un circuito independiente. Para ganar unos mangos tenés que ir a sala grande, tenés que ir a un circuito comercial. Yo nunca laburé en circuito comercial, no me gusta, siento que mis obras no son para el circuito comercial. ¿Y entonces? La verdad es que yo encontré una especie de círculo virtuoso. Dar clases y escribir y sentir que cuando doy clases entiendo cosas y escribo mejor. Y cuando escribo encuentro desafíos que después van a parar las clases. Hice eso durante mucho tiempo. La verdad es que es un círculo tan energizante que es muy difícil bajarse de él. Hasta el día de hoy, que ya no doy clases en mi estudio como daba antes muy regularmente. Pero de todos modos no puedo pasar un año sin dar algún seminario... La cabeza pide ordenarse en teoría también. Y escribir es algo que no te lo podes sacar de encima. Eso es parte de la sintomatología. Te tenés que hacer cargo de que no podés, voy caminando y empiezan a aparecer las imágenes y las sensación es si vuelvo a casa y no las escribo entro en estado de ansiedad. Así que el mejor ansiolítico es escribir.

— ¿Cómo te llevas con tu cuerpo?

— Siempre me llevé bien con el cuerpo. Siempre tuve como una especie de relación relajada y muy confiada en el cuerpo. Justo previo a la pandemia, 2019, un año de una tensión tremenda, estaba por estrenar La Vis Cómica, ensayos que no me salían como yo quería y la sensación de: estreno y a la semana me rajo a Madrid a hacer una temporada con la otra obra, con Terrenal. Era un estrés muy, muy, muy grande. Y el cuerpo de pronto avisó. A mí el cuerpo me suele avisar durante los procesos de ensayos. En cada una de las obras que ensayé generé algún síntoma diferente... en Salomé de chacra me empezó a subir la presión y desde ese momento dije te tenés que tomar la pastillita todas las mañanas, dejate de joder, con eso estás controlado. Pero hay algo que como dije, se detonan cosas del cuerpo que están ahí y que yo creo mucho que una de las cosas que al cuerpo lo exigen más es el entusiasmo. Cuando uno está calmo, cuando uno está tranquilo, cuando uno está paciente, cuando uno está especulativo, uno camina tranquilo. Cuando estás entusiasmado perdés control. Y cuando perdés control es cuando te caes, cuando te excitas, cuando tomas de más, cuando haces todo lo que a cierta edad, o a cualquier edad, uno no debería hacer. 

En el 2019 apareció un dolor de espalda muy fuerte y esa sensación de uy, hernia de disco. Uy, todo lo que hacías no lo vas a poder hacer. Yo soy caminador, medio enfermizo. Todos los días camino una o dos horas... no voy a poder caminar, el cagazo. Y la suerte en la desgracia, en medio de la pandemia, de quedarme acá, dar con una terapeuta corporal, acá en Mar de las Pampas, extraordinaria: Anita Cantó, que me dio una secuencia de ejercicios a la que me condenó. Es esto, es lo que te lo que te va a sacar y es, además, lo que te va a mantener flexible. Me recuperé y creo que además me hizo especialmente bien porque creo que allí fue donde tomé conciencia de todos los límites que tiene el cuerpo y de cómo hay que darle bola. Hay que atenderlo… Vos podés decir bueno, a mí no me pasa nada, pero en realidad hacer una terapia de estiramiento diario, por ejemplo, te da una flexibilidad, te da una tranquilidad, te da una seguridad también en los movimientos, en el andar. Yo laburo mucho en mi jardín, me subo escaleras, me trepo a un árbol, corto algo arriba. La verdad es que si no tuviese esa flexibilidad no podría hacerlo. Así que es preocuparse y ocuparse.

— ¿Cuándo tuviste conciencia de que la juventud pasó?

— No, no tengo todavía. No, no, no, no. De ninguna manera. A ver, yo creo que hay algo, por supuesto, hay algo biológico natural, pero hay algo que va más allá y que es entender a la juventud como un hecho vital. La juventud es crecimiento, es una época de crecimiento... Dicen que el cuerpo deja de crecer alrededor de los 33 años. Uno debería pensar entonces, a partir de los 33 vamos muriendo. No, ya no crecemos. Todo se deteriora. Eso sería el hecho orgánico inevitable. Pero hay otra cosa que es entender a la juventud como crecimiento puede pasar a otros planos que no son necesariamente los físicos. Pasa también a tu actitud frente a la vida, tu actitud frente a la política, tu actitud (en mi caso) frente al trabajo, frente al arte, frente al otro, frente a lo social.

Uno puede aceptar la hipótesis también de como en la vida el cuerpo ya dejó de crecer y ahora me muero. Entonces ahora se está muriendo. ¿Qué hago? ¿Hago todas las cosas del que se muere? El que se muere, se queja, se queja. El lamento es muy del del moribundo. La quietud es muy del moribundo. Pero uno puede tener una energía vital joven, aún en un cuerpo que ya empieza a manifestar ese paso del tiempo. ¿Cómo se se manifiesta? Con un pensamiento joven y ¿qué es un pensamiento joven? un pensamiento que crece. Entonces, cuando vos leés todos los días, cuando vos todos los días te planteas un desafío, cuando vos todos los días, por ejemplo, en mi caso me meto a escribir algo que me voy a poner a dirigir, no sé cómo me va a ir, trabajar en un material absolutamente diferente a todos los que he hecho. Yo lo vislumbro internamente, justamente como eso, es crecimiento y si es crecimiento es juventud.

— O sea que la juventud no se termina nunca, mientras hay proyectos…

— Si se puede terminar. Te doy un ejemplo en lo político, en lo social. Siempre hay tres alternativas. Una es la resignación y por lo tanto la ignorancia: no lo digo. La otra es la queja, que es el padecimiento, es el lamento. La otra es la protesta y es activa. Protestar es proponer algo nuevo, es proponer cosas diferentes. Y es comprometerse en la propuesta. La cabeza vieja se queja. La cabeza joven, protesta.

Protestar, salir, juntarte codo con codo con otros, pero también participar del crecimiento de las ideas. No quedarte con las ideas que incorporaste antes de los 33 cuando todavía el cerebro estaba creciendo. Y para esto lo que se necesita es, como el cuerpo, flexibilidad. Uno debería acostumbrarse también a hacer alguna rutina de ejercicio ideológico mentales como para estar más o menos flexible en las ideas.

—¿Por qué nos resistimos a la vejez?

— A ver, es inevitable que está instalado un modelo de vejez dependiente, de vejez pasiva, de vejez dolorosa. Que por supuesto, sería ingenuo ignorar. Por supuesto que todos nos resistimos. Pero una cosa es resistirse pasivamente y otra cosa resistirse activamente, no significa que vas a encontrar ningún tipo de de juventud eterna. Pero lo que vas a hacer es la vas a prolongar en términos de lo posible. ¿Qué es lo posible? Lo energético. Tener una vida energéticamente joven, más allá de que el cuerpo por momentos te empiece a pasar factura y te vaya mostrando tus límites, que es muy importante también que te diga bueno, listo, esto no lo podes hacer.

Durante muchos años practiqué ciclismo de montaña, me encantaba andar en bici, condenaba a mi familia a veces que nos íbamos de vacaciones, en el avión me llevaba la bici a Bariloche y en cambio de disfrutar a la mañana de pasear, hacer trepadas a la montaña y me quedaron dos o tres excursiones que nunca pude hacer y que ya un día me di cuenta: che, se me pasó, esta ya no la puedo hacer, no puedo, no puedo por más que quiera, tengo que aceptar que ese límite está marcado por el cuerpo. ¿Te pasa eso? Por supuesto. Frente a eso, ¿qué haces? Bueno, encontrás alternativas. Sigo andando en lo que puedo. Disfruto de una bicicleta mucho más tranquila y cada tanto lucho con la maldita arena de Cariló, donde haces tanta fuerza como en una montaña.

— Y el jardín, me imagino… ¿El jardín es terapéutico, como dicen?

— Hay un dicho chino que dice: Si quieres ser feliz toda la vida, cultiva un jardín. La verdad es que el jardín es una especie de meditación en movimiento. Porque hay algo en tu cabeza donde desaparece la realidad, donde desaparece la ansiedad, donde desaparece todo lo que te tiene trabado, tenso y duro. Y la energía va a veces a un metro cuadrado en el que te arrodillas para trabajar. Yo todos los días salgo y no sé muy bien en qué lugar del jardín voy a trabajar. A veces lo que hago es simplemente deambulo, camino. Hace un rato, antes que llegaste, yo estaba sentado aquí en esta silla, pero allí y mirando allí una caña. Y abajo vi que estaban saliendo unos estolones de césped. Y entonces mi cabeza pensé, bueno, mañana cuando pase por acá voy a cortar esos estolones. Si tienen raíces los voy a poner en agua, los voy a cortar un poquito y luego los voy a trasplantar a un lugar del jardín. Este es un lote muy grande ¿y te preocupas por un cachito de césped que vas a poner? Si esa es la actitud del jardinero... Un jardín se hace así. Se hace plantita por plantita. Cada una de las plantas que está acá las puse yo. Cada una las cuido. Si les falta agua ando con regadera... Esa actitud del jardinero, es una especie de raro depósito de amor en las plantas, en la estética y por supuesto, se disfruta. Cuando hace un rato, como te contaba, estaba sentado allí y no hacía nada, simplemente estaba sentado y miraba. Tenía la sensación de para esto se hace un jardín, para estar. Pensá una cosa: nosotros cargamos una especie de condena en relación a que en la vida 1o que da sentido es el hacer. Tenemos prohibido estar. Estar es un acto pasivo, o sea, es estar y ser. Entonces, ¿che, qué hiciste a la tarde? Me senté a la sombra y estaba fresquito. Ah, ¿y pero leíste? ¿ah tomaste mate? No. ¿Viste el celular? Nada. Yo ni uso. ¿Qué hiciste? Me senté en el fresquito. Y de pronto, entender el placer inefable de estar, por supuesto, aceptando también algo que no deja de ser una especulación: y es puedo hacerlo. Puedo hacerlo. Laburé mucho y entonces puedo hacer eso hoy. Puedo. Hoy puedo disfrutar de estar y ser sin hacer. El jardín es el espacio ideal para estar.

— Si tuvieras que elegir un momento de tu infancia, ¿cuál sería?

— Bueno, probablemente mi viejo murió cuando yo era adolescente, muy joven, 19 años tenía yo cuando murió mi viejo. Y la presencia de la imagen paterna es muy fuerte en la construcción del humano varón. Seguramente buscaría algo que tuviese que ver con momentos con mi padre. Esos momentos que yo recuerdo no valoraba tanto como valorice luego. Mi viejo tenía un puesto en el mercado de Abasto, entonces a veces decía bueno, vamos a comprar papa a La Reja, entonces nos íbamos con el coche y mi viejo, yo creo que él me quería enseñar, cosa que me vino muy bien porque aprendí muchas cosas interesantes para administrarme en la vida... Pero después cuando volvíamos, me decía acá hay una pileta a la que podemos ir... Pasar una tarde con tu viejo y que abra una cerveza y te sirva un vaso y hablar y tener como esa relación. Eso es algo que yo recordaría, momentos muy importantes de convivencia con mi padre.

— ¿Lo podés hacer con tus hijos?

Sí, mira, bueno, hasta antes de ayer estuvo acá Julián y con Mónica, con mi mujer, comentábamos algo que nos conmueve y es que nuestro hijo viene y se queda cuatro o cinco días con nosotros... Yo tengo también la sensación de que esas convivencias son muy enriquecedoras, porque normalmente no se dan. Los tenés de visita un rato, pero de pronto convivir cuatro o cinco días o incluso en diciembre estuvo más de diez días. En esa convivencia aparecen otro tipo de cosas…

— ¿Cómo veías a las personas mayores cuando eras niño?

— Como personas mayores, como viejos... Vos pensá que uno de los sinónimos de viejo es inútil. Digo, cuando algo es viejo es obsoleto. Vamos, sacale inútil y ponele obsoleto, la sensación es ya no sirve, ya no es útil. Ha quedado atrapado en un mecanismo que no sé. Es un disquete de cinco y 1/4. Es un walkman con cassette. No, no sirve. La sensación muchas veces desde la juventud de los viejos es que se han quedado atrapados en un mecanismo que fue superado por otros y siguen repitiendo como si dijera, un viejo sigue repitiendo temas musicales de los 80 en un cassette. Además, yo no tuve mucha convivencia, casi nada de convivencia con mis abuelos, entonces los viejos tenían esa condición. No darles mucha bola porque son un aparato, son un artefacto que funciona de una manera distinta, un artefacto que ya no se usa....Uno tiene la sensación de que guardan cosas al pedo... Entonces mi mirada era una mirada muy prejuiciosa. Con el tiempo, lo que empecé a descubrir es que había viejos sabios y que había ahí una carga de experiencia. Y también a veces de paz y de paciencia para transmitirlas, que eran verdaderamente interesantes. Pero, por supuesto, primero tu cuerpo tiene que vivir esas transformaciones. Lo primero que entendés es que esas obsolescencias se producen sin necesidad de llegar a la vejez y de que hay cosas que uno ya deja de hacer, costumbres que uno pierde en diez años. Yo creo que cuando uno lo empieza a ver en uno mismo lo entiende de una manera más profunda frente a la vejez.

— ¿El viejismo, el edadismo existe?

— Sí, sí, sí, sí. Existe, lo veo. Yo por ahí no lo padezco porque soy más puteador, porque enfrento de otra manera las cosas. Pero si por cierto es una cosa que existe y que está presente. Pero durante toda la vida del mundo, el mundo ha ido creando costumbres, rituales, relatos y formas de atender a la vejez. Desde las tribus que acompañaban a alguien a morir, que sentían ya no tiene fuerzas para convivir con nosotros, lo acompañamos a morir y hay toda una cultura alrededor de eso también. Lo que sucede es que nosotros vivimos una época más sorprendente en relación a cierto estiramiento de la vida. Tampoco es ninguna panacea, pero hay como un estiramiento de la salud y de la edad. Y ahí uno vislumbra que hay una cosa diferente. Pero por cierto, está muy, pero muy presente en la sociedad.

— Hablemos del poder de contar historias...

— El poder y la condena. Porque por un lado uno tiene el poder de contar historias y por otro lado, parecería estar condenado a hacerlo. Yo creo, desde hace ya más de medio siglo aparecen muchas teorías en relación a las inteligencias múltiples. Nosotros, cuando digo nosotros digo mi generación pensaba en la inteligencia como en una capacidad matemática... Yo era inteligente para la capacidad de matemáticas. Todo lo demás eran habilidades o rarezas. Pero ya hace mucho tiempo que se empezó a descubrir que no, que el cerebro humano funciona de distintas maneras. Que hay cerebros, por ejemplo, que tienen, como en mi caso, una nula capacidad de análisis matemático. Y entonces, en compensación, así como cuando te duele una gamba, te vas apoyando en la otra y terminas con un músculo así en ésta, porque ésta la tenés jodida. Yo me apoyé en contar historias. Eso se llama inteligencia narrativa. Así como los actores tienen inteligencia mimética, que es la capacidad de crear en el cuerpo la presencia de una ausencia, la presencia de alguien que no está. Son formas inteligentes porque las tiene la naturaleza y la naturaleza las desarrolla. La inteligencia mimética está presente en toda la naturaleza. Hay plantas que son todo inteligencia mimética. La inteligencia narrativa es la capacidad de crear un relato que contiene a una idea. A veces una frase. A veces un pequeño fragmento que contiene a toda una vida. Eso es inteligencia narrativa. Cuando la tenés, como en mi caso, es desarrollada a partir de no poder aprobar matemática de quinto porque no tengo la cabeza para entender esto, es desarrollar de manera compensatoria la otra forma de inteligencia. Y también, como te decía, cierta condena. ¿Por qué? Porque la cabeza luego no para, la cabeza sigue creando relato y narración continuamente. Yo no puedo pasar frente a una hipótesis de relato sin detenerme en ella, porque  mi cabeza ya está preparada para: me tengo que detener, lo tengo que registrar, tengo que ir a la libretita. Tengo que anotar... Es un placer y es una condena.

— ¿El teatro y la cultura en general pueden salvar a la humanidad?

— Hace un rato estaba contestando una entrevista para un diario alemán. Y a veces es muy difícil cuando vos tenés que explicar la realidad, la realidad de uno. Y entonces una de las preguntas que me hacían era: frente a una crisis ¿cuál es el sentido de la cultura? Entonces yo le daba dos ejemplos. 

Yo le contestaba lo siguiente: "¿Qué épocas estamos viviendo que hay que salir a defender lo obvio?". Esa frase es la frase de un dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Esa frase la dijo el dramaturgo alemán hace 80 años y nosotros todavía la podemos seguir repitiendo porque existió Bertolt Brecht, porque condensó en una frase algo que estaba pasando y que hoy, 80 años después, uno siente esa frase es la frase que me permite explicar algo. 

Y luego les decía, pero yo puedo seguir vinculando esto con la cultura alemana. También puedo decir, pensando en un pensamiento vinculado a algunos sectores del gobierno que tienen sobre la cultura mucho prejuicio. Yo podría decir: "Cuando escucho la palabra cultura llevo la mano a mi pistola", que es otra frase alemana de la época de la guerra atribuida a Goebbels, equívocamente porque en realidad es el texto de un dramaturgo alemán. Que yo, 80 años después, pueda tomar dos frases alemanas sin ser un experto en cultura alemana. Simplemente tomo dos frases que andan dando vueltas por allí y que me permiten hoy explicar la historia, es el ejemplo perfecto de cómo opera la cultura. 

La cultura es generadora de ideas, la cultura es una forma analógica del pensamiento. Yo escribo teatro, por ejemplo. Mi teatro crea lo que nosotros llamamos ideas teatro, las desarrolla. Lejos de hacerlo desde un sistema filosófico, lo hago desde algo sistémico estético-poético. En realidad hago exactamente lo mismo. Estoy creando algo que permite sacar al mundo de la realidad y pasarlo a la cabeza de alguien. Cuando yo recupero esto de "cuando escucho la palabra cultura, llevo la mano a mi pistola", en realidad estoy reconstruyendo una imagen de la época del nazismo. Estoy creando algo que salió de la realidad y que pasó a muchas, a miles, millones de cabezas que ahora la tienen. Ese es el fenómeno de la parte artística, de lo cultural. ¿Cómo no lo vamos a necesitar en épocas de crisis? Es que en realidad, y esto trataba de explicar en la nota, necesitamos la cultura más que nunca. Es en época de crisis cuánto más hace falta la cultura, justamente porque es cuando más necesitamos pensar. Si no nos pensamos, entramos, como yo te decía lo de los viejos: vos podés ser pasivo o quejoso, no sirve absolutamente de nada. Podés ser protestón, eso sí sirve. O podés protestar que es poder salir y reclamar. Esa actitud es la actitud que verdaderamente le sirve al otro. Exactamente lo mismo podemos aplicarlo a la cultura. Puede haber una cultura pasiva que frente a una circunstancia social cualquiera dice bueno, vamos a esperar que yo ya me voy a acomodar. Y puede haber otra que tenga esa otra actitud, la activa. Es redundante, pero es así: Actitud activa. Tener actitud. Estar activo frente a lo que sucede y también ofrecer la experiencia. Bueno... definitivamente yo no tengo la fuerza que tenía a los 30 años, pero tengo más experiencia, tengo más cabeza, lo que puedo ofrecer justamente es esa fuerza, que ya no es la  muscular, pero no es menor.

— Un amor tan duradero como el suyo con Mónica ¿cómo se consigue?

— Yo no lo defendería desde un lugar propositivo.. No diría yo te propongo que hagas esto. Creo que es algo muy azaroso. Yo creo que más allá de los actos de paciencia, más allá de los actos de  equilibrio en las convivencias. Etcétera, etcétera, etcétera. Hay hechos más azarosos que es de pronto encontras a alguien con quien vos sentís: estoy mejor acompañado que solo y la compañía no me pesa, que es lo que muchas veces sucede en una pareja. La sensación es bueno si estoy acompañado, pero me pesa. Estoy acompañado, pero me angustia. Estoy acompañado, pero me exige cosas que no puedo. Creo que nosotros como pareja hemos encontrado una manera no impositiva de convivencia. Me parece que los dos vivimos una situación más o menos similar y es: estoy mejor con que sin esta persona. 

— ¿Cómo se ve dentro de 10 o 20 años?

— Nunca quiero verme de otra manera que de la mejor manera en la que me veo, naturalmente, pero en principio siempre vinculado a las alternativas y a las actividades que de alguna manera le ponen gimnasia a la cabeza y gimnasia al culo.