La esquina del año nuevo congrega a los más grandes

23.12.2022

Narrar cuentos a niñas y niños fue por muchos años la salvación para Alicia Corsini. En las páginas de Historias Mayores la Abuela Narradora Mayor es genuino testimonio de fe, amor y resiliencia ante los avatares de la vida. Y como nunca se acobarda ante los desafíos, aceptó la idea de narrar un cuento a sus compañeros residentes del hogar donde vive con su hermana Bety


Le costó, porque hay un abismo entre narrar a un grupo de pequeñines y a un grupo de pares. Pero se sobrepuso al pánico escénico y entre jornadas marcadas por la pasión del Mundial de fútbol, eligió compartir un relato de la escritora Laura Devetach muy especial para las fiestas. La esquina del año nuevo, además, habla de esa ilusión que se renueva hoy en Argentina con el triunfo de un equipo. El trabajo en comunidad, la vida en el barrio, la esperanza, la solidaridad, el amor, la amistad... 

En estos tiempos en los que no aguantamos videos de más de 30 segundos, es todo un reto desacelerar para escuchar la narración de Alicia durante siete minutos. Es muy recomendable, es un regalo y el anticipo de HABÍA UNA VEZ... la película documental que se está gestando por los próximos 40 años del CLUB DE ABUELOS Y ABUELAS NARRADORES DE MAR DEL PLATA. Seguiremos informando... Les deseamos lo mejor para este 2023.

La Esquina del Año Nuevo por Laura Devetach
Si en el barrio había un juguete, ése era la olla de la abuela.Negra, panzona, increíble, colgaba de un paraíso atada con una soga.
La abuela vivía en la esquina, al lado del baldío. Y los chicos se hamacaban en la olla, se internaban en su panza y realizaban misteriosos viajes balanceándose en la rama.
Pero las cosas no andaban muy bien por aquellos tiempo. El dinero valía tan pero tan poco que, si se caía una moneda, la gente que tenía trabajo ni se agachaba a levantarla.
Sí, la gente que tenía trabajo. Porque muchísima gente no tenía dónde trabajar. LA Navidad había venuido bastante arrugada y tristona, con poco para festejar.
Chabela y sus hermanos no habían tenido regalos. Ni Bety, ni los mellizos, ni casi nadie. Laurita y Gusti estaban un poquito mejor porque, como sus padres sí tenían trabajo, hicieron sangría para convidar a algunos vecinos y ellos recibieron unas zapatillas rojas con las que podían hasta volar.
Pero el Año Nuevo pintaba negro.
Para Chabela el Año Nuevo nunca había tenido mucha gracias porque era una fiesta sin regalos. Pero Laurita decía que era divertido.
A veces los grandes se ponían tristones por esas cosas del año que se va y del año que viene y de que allá por año verde las cosas andaban mejor y etcétera.
Pero las noches se doraban con cohetes y había confites y as polleras bailaban en el aire. Gusti no entnedía por qué en Año Nuevo regalos no. Y andaba reclamando y, hasta hacía poco, el muy sí señor había conseguido un autito extra.
Pero esta vez, ni soñando.
Peor, esta vez andaba todo tan nublado que en las casas no había qué comer.
Chabela, Laurita y Gusti ya habían hecho sus averiguaciones por la cuadra. Doña Celia tenía fideos. La Abuela, repollo. Los Gutiérrez, cebollas y fideos. Y así, fideos más, fideos menos, hasta que se enteraron de que los siete hermanitos Pérez tenían dos cubitos de caldo y un pan.
Aquella tarde fue muy activa para los chicos.
Chabela habló con Laurita, Laurita lo mandó a Gusti y Gusti lo mandó a Pechecho, que dijo que sí aunque no entendió muy bien la cosa porque tenía dos años.Se pelearon y se amigaron con Raúl, Susana, Germán, Gustavo, los mellizos y MAría José.
Fueron y vinieron haciéndose los buenitos, blanqueando los ojos si alguien les preguntaba qué hacían y, sobre todo, desapareciendo durante buenos ratos y comiéndose por eso buenos retos.
Por la tardecita se armó un gran lío en la cuadra. E cada casa faltaban fideos, el repollo, las cebollas y los etcéteras. Las mujeres entraban y salían con los brazos para arriba. Y los hombres miraban para arriba con los brazos para abajo. ¡Qué cosa!
La gente fue a la despensa de doña Nely a comprar "anotados", otros fideos. Pero doña Nely descubrió que le faltaban algunas latas de conservas.
Y todo así, como hormiguero antes de la lluvia, cuando alguien gritó:
- ¡Fuego en el baldío! ¡Miren el humo!
Y allí fueron corriendo.
¿Y qué vieron?
En la semioscuridad de la última noche del año, una fogata bailaba loca. Y sobre la fogata, como una joya muy rara, la olla de la abuela chispeando y cantando con la panza llena de cositas cortadas que despedían muy buen olor.
Todo se doraba alegremente en el chasquido del aceite, y los chicos, tiznados, color manzana, color nervioso, revolvían, cortaban, repartían, resoplaban, en una extraña danza del fuego.
Todos los miraron quietos. Los que tenían los brazos para arriba los bajaron y los que tenían los brazos para abajo los subieron justo a la altura por donde rueda una lágrima.
Pero no se detuvieron mucho en eso. Había que ir poniendo la mesa. Una mesa hecha de muchas mesas. Una mesa larguísima, justamente en la esquina del Año Nuevo.
Bibliografía:
Devetach, Laura. La esquina del Año Nuevo. En Una caja llena de Buenos Aires. Colihue, 1996.