Juan Carlos Desanzo (83 años), a punto de materializar su próxima película: “Si uno quiere lo consigue”

28.10.2022
Juan Carlos Desanzo, junto a una pintura de Rodolfo Zagert
Juan Carlos Desanzo, junto a una pintura de Rodolfo Zagert

Director histórico del cine argentino. Nació en Buenos Aires en 1939. Guionista y director, se inició como director de fotografía de primerísimo nivel, con ejemplos elocuentes de su calidad, como "Los hijos de Fierro", "Juan Moreira" y "La tregua", entre medio centenar de títulos. En el año 1983 dirige su primer film "El desquite", un thriller que le vale el elogio de la crítica y el reconocimiento del público. A este siguen "En retirada", "La búsqueda", "Al filo de la ley". Con "Eva Perón" incursionó por primera vez en el tema histórico, que le valió el reconocimiento local e internacional. Entre las once películas que dirigió también se destacan "El polaquito" y "El amor y el espanto". A sus 83 años trabaja en la preproducción de su próxima película con guion propio. Participa activamente en la Comisión Directiva de DAC (Asociación de Directores Argentinos cinematográficos) y sigue compartiendo sus experiencias con futuros realizadores de todo el país.

- ¿Veremos un nuevo estreno de Desanzo?


- Ojalá se produzca. Tengo el proyecto en ciernes. El guion ya está cerrado, después de un largo proceso de elaboración junto a la guionista Alejandra Bruno. Cuando yo empecé a pergeñar este proyecto siempre sentí la necesidad de contar con una mujer guionista a mi lado para que tuviera una visión óptima del mundo femenino moderno. Y bueno, ya está el guion, vamos a ver si podemos concretarlo. En esta semana ya se presenta al INCAA y veremos si se puede materializar.


- ¿Nos puede adelantar algo de su próxima película?


- Será una película con ribetes policiales, más que nada es una suerte de thriller donde un moralista a ultranza, comisario de la Policía Federal, cuando se produce el advenimiento de la democracia es exonerado porque el nuevo ministro del Interior no lo quería en la institución, debido a que era un tipo súper estructurado, un nazi de marca mayor que perseguía a homosexuales, judíos, mujeres de falda corta... un hombre extremadamente católico, de misa diaria. Y bueno, la democracia no admitía un comisario de esa naturaleza y lo retiran de la fuerza. Pero como estaba en conocimiento de ciertas actividades non sanctas que se generaban en la jefatura, lo tenían que proteger para que no hablara, entonces lo mandan a Pinamar. Así es como yo pensé toda esta historia, basada en un caso real, para que suceda en el lugar donde vivo hace ya más de 15 años. Y acá en Pinamar tiene la triste ocurrencia de enamorarse por primera vez en su vida, porque nunca había tenido un encuentro con una mujer, que al final resulta una prostituta. Lo peor que le puede ocurrir. Ahí empieza el conflicto grave de la película. En general los tipos como éste quieren cambiar a la mujer que eligen, fabricarla a su gusto y ganas. Y no hay caso, ella se mantiene rígida en su estructura y eso tiene consecuencias que no voy a comentar para que la audiencia pueda ver la película.


- ¿Le resulta más complicado sacar adelante un proyecto en esta instancia de su vida?


- No lo creo, lo que pasa es que yo me vine a vivir a la costa argentina, dejando de lado el contacto diario con la profesión, generado por una profunda desazón que me produjo la mala performance que tuvo mi última película El Polaquito (2000). Esta película ganó 38 premios internacionales, o sea que ha sido un boom verdadero en todo el mundo. Y en la Argentina no la vio nadie, muy poca gente fue al cine a verla. Y yo creo que las películas deben ser visualizadas en el cine, y si yo hago películas a esta altura de mi vida es porque quiero que trasciendan, que tenga una difusión masiva y que la vea una gran cantidad de público. Todas mis películas fueron vistas por una enorme cantidad de gente, en mi debut con El desquite (1983) la vieron 1.200.000 personas, para dar una idea. Y al cabo de diez películas, hago una que no la ve nadie pero que gana todos los premios. Como dije me produjo una desazón inenarrable. Por eso dije: me voy, desaparezco, y si puedo generar un nuevo proyecto estando acá, en la tranquilidad de este lugar... Además también me fui corrido por la violencia, me asaltaron dos veces a punta de pistola, en fin, se produjo un conjunto de cosas que hicieron que me disparara de Buenos Aires.


- ¿Cómo sigue vinculado al mundo del cine?


- Soy en la actualidad miembro de la Comisión Directiva de la sociedad de directores. Cada 15 días tengo que estar en Buenos Aires por reuniones y todo lo que tiene que ver con una nueva sociedad de gestión que se generó como una suerte de reactivación económica para todos los creadores del cine nacional, cosa que no existía hasta este momento. Los autores lo tienen con Argentores, los músicos con SADAIC y nosotros los directores no teníamos absolutamente nada. Gracias a un decreto durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner conseguimos fabricar esta sociedad que de un modo u otro garantiza una rehabilitación económica para ciertos creadores que no la tienen todas consigo, o que les ha ido mal, o han envejecido y que no producen, en fin. Es un gran respaldo para todos los directores.


Por otra parte, sigo siendo invitado a dar diversas conferencias. El próximo 24 de noviembre tengo que asistir a la Universidad Nacional de las Artes a dar una masterclass sobre Pino Solanas y dos días después una sobre Leonardo Favio. Quizás es porque soy el único sobreviviente de las dos experiencias fundamentales que han tenido ellos en su vida, Pino con La hora de los hornos y Favio con Juan Moreira. En ambas proyectos yo he sido el director de fotografía.


Rol del director de fotografía

Estaría bueno que la audiencia sepa que el director de fotografía es quien fabrica o plasma dentro de la cámara, en imágenes, las ideas que el director tiene consigo. Muchas veces los directores no saben lo que es filmar, tienen muy buenas ideas, prósperas, fundamentales, pero tienen que tener un realizador que se las ponga dentro de esa caja mágica y luego puedan ser proyectadas en la pantalla. Eso hace el director de fotografía, que es el número uno de los técnicos del equipo. Es el gran productor de las imágenes que cada proyecto conlleva. Yo fui el director de esas grandes películas de Solanas y Favio, que han ganado premios internacionales por la fotografía.


- ¿Cómo fue su experiencia junto a estos grandes de la cinematografía argentina?


- La hora de los Hornos cumple 60 años del comienzo de su rodaje. Es cierto que llevó varios años porque filmábamos de tanto en tanto, muy amateurmente, con una cámara Bolex cuyas tomas duraban no más de 30 segundos, porque había que darle cuerda y la cuerda se acababa. Te hablo de la época de la carreta del cine. Esa película ganó más de 70 premios internacionales, es más, es una película que es un verdadero hito político en la historia del cine latinoamericano. Fundamental y fundacional. Creo que el cine político arrancó con La hora de los hornos. Debería ser una película obligada, porque además, es un verdadero compendio del conocimiento de la estructura de la problemática de Latinoamérica, es muy importante.


A la aventura y la gloria con Fernando Pino Solanas

Tengo una anécdota muy linda, pero me cuesta relatarla porque habría que visualizar la película donde todo es absolutamente simbólico. Se ven las estructuras de la cordillera de Los Andes, los montes nevados y tres banderas, de los tres ejércitos libertadores, Argentina, Chile y Perú. Se sobreimprime un cartel, la famosa proclama de San Martín, yo no la recuerdo como para recitarla, pero decía: Seremos libres, caso contrario andaremos en pelotas como nuestros queridos indios, algo así. Ese era el compendio de la proclama. Y generaba una emoción enorme ver esas imágenes, porque eran los tres ejércitos en la cordillera. Y en realidad era yo, Pino filmando con la cámara que yo había puesto y él apretaba el botón, porque otra cosa no sabía hacer. Y yo con unos palos de escoba, muriéndome de frío con las tres banderas. Esa toma genera mucha emoción porque uno piensa en San Martín con sus ejércitos y angustias y padeceres. Era yo el pobre desgraciado con tres palos de escoba. En ese entonces éramos unos pibes, teníamos treinta y pico de años cuando empezamos en 1962 con ese proyecto. Fuimos grandes colegas, hicimos muchos comerciales juntos, Pino era un gran esteta. Un tipo de un refinamiento visual incomparable, nadie en el medio tenía esa cualidad que es patrimonio exclusivo de los grandes creadores. Yo era ayudante de cámara en su productora, todavía no era director de fotografía, y un día me dice tengo este proyecto, ¿te animas a hacer la fotografía? No hay dinero, no hay nada, con una cámara amateur, pero claro que sí. Y arranqué así 60 años atrás. Fue un gran inicio y estoy muy contento por la trascendencia que el proyecto después tuvo. Al principio las proyecciones en Argentina eran clandestinas, pero después tuvo una difusión maravillosa.


- ¿Siente que hay un prejuicio de la sociedad hacia la gente mayor?


- Quizás hay una cosa descalificatoria, de decir está viejo, no va. Desde ese punto de vista sí, pero yo no lo vivo de esa manera, por eso quizás no te puedo dar una definición clara y categórica. Para mí no es un impedimento para realizar mis proyectos, al contrario. Cuando fui a ver a mi productor, me comentó que al fin se le presenta el proyecto de una persona de jerarquía y categoría. Lo cual me hizo ver que no descalifica a las personas mayores.


- ¿Cómo es un día en la vida de Desanzo?


- Me levanto y voy al gimnasio todos los días, en el invierno. En el verano juego al tenis. Después de eso me dedico a la huerta, hago mis propias verduras, no por vocación ni porque me sobre el tiempo o esté aburrido. No quiero comer porquerías, no quiero comer con pesticidas o fertilizantes, quiero comer sano. Después tengo una profusa vida intelectual. Las tardes son para el intelecto, o viendo películas, o leyendo historias, generando proyectos. Jugando al ajedrez también, tengo ranking internacional, estudio bastante, pero el cine es mucho más importante.


- El cine es una religión, dijo una vez...


- Para mí por lo menos lo es porque yo voy al cine desde los cinco años. A esa edad repartía hielo, para un señor italiano que fumaba tabaco en una larga pipa... y él me daba un carrito de rulemanes... Estoy hablando de casi 80 años atrás donde solo los ricos tenían heladera eléctrica. Todo el mundo heladera de madera y algunos tenían un tacho de zinc cubierto con una bolsa de arpillera y la fracción de hielo adentro, nadie podía comprar una barra entera. Entonces mi papá y mi mamá me mandaron a trabajar con este señor que me daba el carrito donde yo llevaba la barra previamente serruchadas por él en fracciones, pero no separadas del todo, de modo que no se descongelaran. Iba por todas las casas tocando el timbre y con un punzón le daba un golpe, separaba la fracción y la entregaba a las amas de casa que me abrían la puerta. Tenía un itinerario preparado con cada una de las señoras, ya estaba todo estipulado. Un día me atiende un señor, rarísimo. Le entrego el hielo y con singular sorpresa me dice, vos entregas el hielo todos los días: sí, este es mi trabajo. Y me dice; te propongo un arreglo. Yo soy el dueño del cine del barrio. Se llamaba Villa Alvear. Y me dice: si vos me pones todos los días, mientras repartís el hielo, el programa del cine, yo te dejo entrar gratis todos los días. Y bueno a partir de ahí no dejé de ver películas. Después empecé a trabajar de noche, vendiendo diarios en los tranvías. Y todos los días venían dos o tres películas, en general eran muy cortas, con episodios donde siempre te dejaban con la intriga para que el lunes siguiente retornaras al cine. Justo cuando la muchacha iba a ser cortada por la cabeza por una enorme sierra mientras estaba transitando por una cinta transportadora, ahí cortaban. Y decían: lo esperamos en el próximo capítulo. Así era el cine de esa época. Y bueno, empecé a vender diarios hasta las once de la noche, era muy dura la vida en esa época y el cine se volvió una religión para mí porque yo no entendía como puede ser tan mágico una cosa. Ver esas proyecciones, entrar a volar en esa suerte de alfombra mágica que el cine me tendía y me llevaba imbuido de gloria, porque eso era la gloria para mí con la película que fuere. Hasta iba los martes, donde ningún muchacho quería, porque era el día de damas. Y daban lo que los chicos denominábamos películas de amor, que no querían ver, querían las de guerras, las de cowboys, pero yo iba a ver las de amor. Después, a eso de los doce años, me conseguí, a través de una persona conocida, ingresar a los estudios Lumiton, a barrer los pisos, a cambio de que me dejaran ver, desde las alturas, en las pasarelas donde estaban los faroles, los rodajes. Entonces yo en absoluto silencio, cada tarde me veía rodar a Luis Sandrini, Mecha Ortíz, Angel Magaña, todos los grandes divos y divas de la época, y ahí aprendí muchísimo.


- ¿Cómo después se convirtió el cine en su oficio?


- El destino me puso un virus directamente en el ADN, me lo metió, que sé yo, en la sangre, para mí el cine es todo. En mi familia no pasaba lo mismo, mi papá era barrendero con una insuficiencia cultural bastante manifiesta. Mi mamá era mucama. Vivíamos de prestado en un club de Palermo Viejo, no tenía ningún tipo de apoyo, nada, me la tenía que arreglar solo desde chiquitito. Después de joven yo escribía poesías, y tenía un primo que era mucho mejor poeta que yo e intentó dedicarse al cine. Entonces iba a un cine club que estaba en la calle Rodríguez Peña entre Corrientes y Sarmiento, hoy ahí hay un teatro y enfrente estaba una típica milonga donde la gente iba a bailar. En ese cine club argentino fundamentalmente hacían películas en bajo formato, 8 y 16 mm, todas para Uncipar, ahí estaba la sede. Había un señor de apellido Santiler que era el que regenteaba todo el lugar. Una tarde me lleva mi primo y empezamos a ir juntos a ver estas películas de aficionados, y me gustó el asunto. Otro día volví solo, sin mi primo, y no estaba la gente habitual que yo veía cotidianamente. Sino que había un señor vestido de mexicano, esto es increíble, con la guitarra en bandolera, preparando una serie de tachos y de piedras... Y entonces le pregunto: qué vas a hacer? Y me respondió que venían unos productores a ver la película en la que estaba trabajando, y le iba a hacer los efectos sonoros especiales, como un caballo cruzando entre las piedras, en fin... Y bueno, me sorprendí porque no había visto algo así nunca y al otro día, vuelvo al mismo lugar y lo encuentro al mismo tipo. Intentaba proyectar una película y la bestia estaba proyectando un negativo, no lo había copiado, y me dice: che, pibe, esto se ve raro. Claro, le digo, yo más o menos algo conocía, así que le expliqué que estaba pasando el negativo sin copiarlo. ¿Vos entiendes de esto?, me pregunta. Soy un maestro, le dije. Nunca había filmado en mi vida. ¿No querés venir mañana a Moreno conmigo que tengo una filmación y me das una mano?, me dice. Sí, como no, le digo. Lo llamo a mi amigo Buby Stagnaro, a la sazón, uno de los más grandes directores de fotografía que existió en este país. En esa época filmaba unos bailes, no me acuerdo para qué sociedad, que se propagaban los sábados a las 14 horas en el Canal 13. O sea era un tipo que ya sabía y era amigo que había conocido en el cine club. Entonces le conté: che, Buby me salió esto, tengo que salir a filmar y no sé nada. Y él me dijo: Mirá, si hay sol, poné diafragma 16, si empieza a oscurecer poné diafragma 11, si ya se hace de tarde el 8, y así vas agrandando el diafragma. Cuando fuimos al rodaje en Moreno, este mexicano se puso a hacer un asado y lo que menos le interesaba era la película. Dirigía a los actores, en realidad lo único que decía era cámara, acción, corte y yo filmaba sin saber. Al otro día cuando fuimos a ver lo filmado me sentí como un verdadero mago que mete la mano en la galera y saca un conejo, había salido perfecto todo y me recontra entusiasmé. Entonces ya me había habilitado, desde el punto de vista técnico, para filmar en el ámbito de ese cine club, y acompañar a las filmaciones de los cortometrajistas que se hacían ahí. Y así me fui formando y formando, hasta que un día, no sé por qué razón me sale el primer comercial como asistente de cámara. Pero se filmaban en 35 mm y yo nunca en mi vida había visto una cámara así. Tenía la noción de la cámara de 16 mm. Pero con 35 nada. Y en esa época las filmaciones eran muy poco sofisticadas, era cuestión de agarrar la cámara, ponerla en cualquier lugar, se filmaba en diez minutos un comercial y ya estabas. Entonces, era mi debut como ayudante de cámara, tenía que ir a la casa del tipo que la alquilaba para recogerla y llevarla en un taxi al lugar de la filmación. Esto era así en esa época. Recojo la cámara y el dueño me dice que no tenía ni idea de cómo funcionaba. Cuando salí de ahí lo primero que hice es ir a una farmacia, me compré una venda, me puse el brazo en cabestrillo y me fui al rodaje. Y le digo al director de fotografía profesional, una maravilla de persona de nombre Aníbal González Paz, una gloria en el cine nacional, le digo el taxi chocó y me siento inhabilitado para cargar la cámara. No te preocupes, yo lo hago, me dijo. Y empezó el a filmar y yo aprendí todo en diez minutos viéndolo trabajar. Al otro día ya me fui familiarizando, poco a poco, y así comenzó esta carrera de larga data.


- No le tenía miedo a nada...


- Nobleza obliga, tenía una necesidad de vincularme, de estar en el medio, y además, tenía la necesidad de trabajar, mi padre había fallecido y mi mamá estaba muy desamparada. Había que agarrar el dinero, épocas duras eran, y bueno así arranqué. Mi primera película profesional llega en 1968, se llamó The players vs Ángeles caídos, dirigida por un talento descomunal llamado Alberto Fischerman, prontamente desaparecido por una cuestión de salud, una verdadera lástima, ¿no?. Era una película muy loca, muy zarpada para la época, a punto tal que todo era loco. La filmación arrancaba a las 12 de la noche y tenía que terminar a las 7 de la mañana porque ya ingresaban al estudio las filmaciones normales, de los grandes actores. Nosotros de prestado, usábamos los decorados de esas películas. Ahí ya era un profesional del cine. Y llega mi primer película en color, en esa época se filmaba mucho en color y en blanco y negro, era ambivalente la cosa, se veían películas en ambos formatos y todo el mundo lo aceptaba. Raúl de la Torre me convoca para hacer Crónica de una señora. Te la hago corta, gané la Concha de Oro del festival de San Sebastián a la mejor fotografía, gané el premio de la Asociación de Cronistas Argentinos, lo que me generó un espaldarazo poco común. De inmediato, hago Un guapo del 900 con Lautaro Murúa, todo esto de forma muy independiente. La película profesional por excelencia llega cuando me convoca Favio para Juan Moreira y en el Sindicato no me quisieron dar la autorización. Decían que yo no tenía los antecedentes técnicos para encarar un proyecto de semejante envergadura. Argumentaban que ese muchacho no puede, es muy joven, tiene que hacer toda la carrera del escalafón... Favio dijo si yo no la hago con este tipo no hago la película y 70 u 80 técnicos se van a quedar sin trabajo y se van a perder el rodaje de una película que va a ser muy buena, o sea que ustedes tienen que darle la autorización a este muchacho para que haga la dirección de fotografía. Y no me dieron la licencia, me dieron un permiso especial para hacer exclusivamente esta película. Otra vez gano todos los premios y a la vez premian a la mejor fotografía por La hora de los hornos, lo cual ya me puso en el pináculo, entre los mejores de la gente que hacía cine. Después hice más de 50 películas, con gente increíble, trabajé en Estados Unidos, estuve a punto de filmar con John Cassavetes, pero justo falleció en la preproducción de ese film.


- ¿Quizás hoy, con más recursos y posibilidades, no nos arriesgamos a tanto?


- En plena vigencia de mi carrera de director, éramos veinte tipos. Hoy debe haber doce mil directores de cine. Se han facilitado enormemente las posibilidades y todo el mundo filma películas con nada, con un teléfono, con una camarita. Hay de todo, aunque la calidad es realmente baja.

- ¿Leonardo Favio fue uno de los mejores directores de cine?
- Ni hablar, el único gran poeta que el cine nacional ha producido en toda su historia, un verdadero poeta.

- ¿Cómo fue su experiencia con Sergio Renán?

- Con él hice La tregua, la película más amable de toda la historia del cine nacional. Es una película que cada vez que la veo quedo muy compungido, es dolorosa, una historia terrible. Le dí una mano soberana a Renán, que era un actor que debutaba en la dirección, a punto tal que cuando se le hizo un homenaje a su trayectoria él me dedicó el homenaje a mí. Yo aprendí muchísimo de Renán, para mí hasta ese momento los actores no eran un tema importante, hasta que finalmente como director desdeño lo técnico y lo único que me importa son los actores, amo a los actores. Ellos son la representación vívida del drama que yo intento contar. O sea que para mí lo mejor para ellos, estoy en sus manos. Obviamente con ciertas riendas que yo conduzco y hacen lo que yo les pido y genero. Pero los actores son lo más y ya de lo técnico me olvidé y antes era un riguroso esteta, que hacía todo con una puntillosidad increíble y ahora solo me importa la representación de los actores.

- ¿Un consejo para jóvenes cineastas?

- Nunca hagan lo que no quieran hacer. Siempre hay que dedicarse a lo que uno quiere hacer, dejando de lado los padeceres cotidianos, mandatos paternales y todo ese tipo de cosas. Dejar de lado todo y hacer el proyecto. Porque si uno quiere lo consigue. Se hace, ¿vos sabes que se hace? Hay que querer hacerlo, nada más. Y hay que buscarle la punta por un lado y por el otro, pero finalmente el proyecto se consigue.