Elena Gómez, una vida dedicada a las personas mayores: “Hace falta más amor, respeto, paciencia y empatía por lo que les está pasando”
Elena Carolina Gómez (65 años) es el alma mater del hogar 'Luz y Abu' en Mar del Plata desde hace más de 30 años. Su vocación nació por necesidad cuando tuvo que ocuparse de sus padres y empezó a conocer e investigar sobre las residencias en la ciudad. Desde entonces cambió la docencia por el cuidado de los mayores y su casa se convirtió para siempre en un lugar donde transitan personas que son como su familia.
Una sociedad cada vez más longeva que no respeta a sus adultos mayores está condenada. El mundo se enfrenta a este grave dilema por el que la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 15 de junio el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. Una fecha que sirve para reflexionar sobre los devenires de una etapa que, con suerte, la mayoría atravesaremos.
En Historias Mayores entrevistamos a Elena Carolina Gómez con el fin de descubrir las vejeces desde la experiencia y vivencias de quienes los cuidan cuando sus hijos o familiares ya no pueden hacerlo a tiempo completo. Sobre todo, de quienes como Elena lo hacen con vocación y profesionalismo, sin ayudas estatales ni asociaciones que los amparen, sin mayores beneficios y con el riesgo de tener que cerrar la institución ante la actual situación económica y la amenaza de la subida de un alquiler imposible de asumir.
"Si volviera a nacer elegiría otra vez ser cuidadora de ancianos", afirma Elena sin dudar, pese a las numerosas complicaciones de su trabajo. Desde que uno entra a la vivienda transformada en geriátrico percibe esa convicción en los detalles: un cálido living, cómodos sillones, cortinas delicadas, muebles de calidad, flores, manteles alegres, el comedor con vistas al gran jardín… es la típica casa de cualquiera de nuestras abuelas sumando las medidas de cuidados, higiene y seguridad. Es la hora de la merienda y la enfermera acompaña a los residentes al salón, mientras su nieta Margarita revolotea entre todos, su hija Gabriela sirve el café y seguimos conversando con Elena sobre su vida.
De San Juan a Buenos Aires, después del terremoto de noviembre de 1977 su familia se trasladó a la capital y allí Elena terminó el magisterio con una residencia en un colegio para maestras jardineras. "Después me casé y me fui a vivir a Bariloche. Siempre trabajé con niños discapacitados. Mi primer alumno fue Carlitos, un niño con síndrome de down que no era aceptado por su familia y al que crié como a un hijo, yo no podía quedar embarazada y creo que gracias a él después tuve a mis hijas Laura (42) y Gabriela (39)", rememora la cuidadora que ahora tiene cuatro nietos: Julieta y Valentín y Margarita y Abel.
En Mar del Plata se establecieron para acompañar a su padre "muy enfermo" y fue entonces cuando Elena empezó a descubrir los lugares de internación de las personas mayores en la ciudad y las deficiencias del sistema. "Nosotros estábamos acostumbrados a que los abuelos vivieran en la casa familiar, de hecho a mi abuela la cuidamos nosotros, cuando enfermó no contratamos a nadie. Está bien que eran tiempos muy distintos…", reflexiona sobre un contexto muy diferente.
Un día mientras acompañaba a su padre le llamó la atención un hombre al que le "tiraban la comida y llegaba la noche y no había comido nada y seguía el plato ahí". Así que ella misma se ocupó de ayudarlo a comer y sintió que el anciano revivió. Tiempo después, su madre se enfermó de un tumor cerebral y conoció un médico especializado en gerontología que se convirtió en su "hacedor". Fue el doctor Montangero quien le dio confianza y la impulsó a seguir su destino y hasta le dio dinero para acondicionar la casa donde vivía y poder dedicarse a pleno. Haciendo prácticas en el Materno Infantil se enteró del drama de la asistenta social con la madre con síntomas de demencia y nadie que pudiera cuidarla. Entonces decidió que estaba lista para ayudarla: "Mi primera paciente fue Luz que resultó una abuela más para mis hijas y nieta y bautizó con su nombre a la residencia".
"HAY MALTRATO HACIA LOS CUIDADORES"
Sobre el momento en que las familias tienen que optar por una residencia: "Es muy difícil, hay quienes no lo aceptan nunca y el maltrato recae en los asistentes y la institución. Los culpables de todo somos nosotros. No saben dónde poner eso de que esto me está pasando y no lo puedo hacer, tengo que derivarlo, pero no quiero…", analiza Elena sobre una decisión que también desata enojo en los pacientes.
"Muchas veces los residentes cuando vienen los hijos es tremendo, se van y se acabó todo. Después yo les pregunto, ¿por qué te portaste así? Y bueno, no viene hace días, no me trae nada… me responden y también hay que dejarlos que se expresen".
Las terapias son esenciales para afrontar tales situaciones y otras. Trabajan muy bien con la terapista ocupacional, kinesióloga, psicóloga, asistente social y la musicoterapia es lo que más les gusta: "La música los acerca a todo, los más lindo, lo más feo, todo… la música es la que más los acompaña".
'Luz y Abu' es una institución ubicada en la calle Juan Ángel Peña 5240, con 19 pacientes entre 60 y 97 años, 5 hombres y el resto mujeres, ninguno autovalente. "Todos necesitan algún tipo de ayuda", explica Elena cuyo afán es ayudarlos con cariño y respeto a un paso digno hacia el final de la vida. "Perderlos cuesta mucho porque de este lado estamos sufriendo y del otro lado poniendo una sonrisa por los otros residentes", pero hay que seguir aunque todo se haga "muy cuesta arriba".
En la residencia trabajan cuatro personas por la mañana, tres por la tarde y un enfermero que los acompaña durante la noche. Elena siempre está: "No los dejo solos nunca, nunca… No tengo vacaciones. Porque yo entiendo que si alguien lleva a su mamá a un lugar es por una cuestión de seguridad, porque hay que estar 24 horas con ellos. No pueden por su trabajo, por sus anhelos… Y bueno, yo siento la gran responsabilidad de que si pasa algo, soy yo la que tengo que avisar a los hijos lo que ha sucedido y no tomo ninguna decisión sin consultar a la familia antes", remarca la también asistente geriátrica en enfermería. Si de algo se siente muy orgullosa es que en plena pandemia, su geriátrico fue el único que no tuvo COVID.
"Lo único que le pido a Dios es seguir recordando la historia clínica de cada paciente y lo que pasa con cada uno de ellos para que puedan llegar a una muerte digna y respetuosa…", desea Elena que es felicitada por los médicos por su prodigiosa memoria para llevar el control de los residentes.
"HAY MUCHO MALTRATO A LOS MAYORES QUE NO SE VE"
En Argentina no existe un ente que ampare o nuclee a los geriátricos privados, que según explica la dueña de la residencia no reciben ayudas ni subsidios pero sí muchas inspecciones y requisitos que después no se cumplen en muchos lados donde existe "mucho maltrato, mucho, pero eso no se ve, no se dice…", se lamenta Elena. "Buscan tanto problema para una habilitación, cuando es necesario tener veedores para que los mayores coman, estén bien bañados, bien higienizados, que no tengan un pañal con un nudo… Usted va a un geriátrico de PAMI y que me perdone PAMI, pero yo quisiera que visiten uno, o una residencia de alta gama que tampoco tienen… y lo digo porque yo he sido veedora y no va con mis valores porque yo amé a mis abuelos, los cuidé, y también a mis padres para que sintieran que no estaban solos y trato igual a mis pacientes", asegura la cuidadora que todavía no sabe cómo hará si la dueña de la casa sube el alquiler.
¿Qué está flaqueando en nuestra sociedad con respecto a las personas mayores? Elena lo tiene muy claro: "El cuidado, el amor, el respeto, la paciencia que hay que tener y la empatía por lo que les está pasando", dice y se pone ella misma de ejemplo: "Yo no me levanto de la silla como antes, tal vez querrían que yo lo haga rápido y no puedo no es que no quiero, no es que sea una vieja mañosa… tengan un poquito de paciencia porque esa persona no es que no quiere, no puede", insiste la dueña de la residencia.
Elena asegura que se muere si deja de trabajar y si le dieran a elegir algo solo pediría una cosa: "Un lugar apto para esto, en donde yo pueda tener los pacientes que necesitan de mí, de mi cuidado. No es para vanagloriarme de nada, sé que lo hago con todo el respeto, con todo el cariño… Me gustaría poder seguir y creo que no voy a poder, que económicamente como está el país es muy difícil. Yo ahora para mudarme tengo un año y tengo que contar con un millón y medio de pesos. No los tengo. No tengo reservas, yo vivo al día como con el sueldo de una empleada. Yo no gano más de lo que me pagan y son muchos gastos... Vivo pensando en que los jóvenes tengan acceso a cambiar esta historia porque yo con mi profesión no pude lograr más que sobrevivir", concluye Elena ya jubilada, con incertidumbre ante su futuro, agradecida a su familia por haberle perdonado tantas horas dedicadas a sus pacientes y satisfecha con un trabajo de vocación plena.